Tejiendo el pasado y la identidad: un adiós a Roberto Giraldo Salazar

03.01.2016 12:57

Tejiendo el pasado y la identidad: un adiós a Roberto Giraldo Salazar

 

Por Jonathan Orozco

 

Tomado de www.desdegranada.com

 

A principios de 2014 me encontraba en Granada buscando los rastros de la historia de la Cuchilla del Salado. Era mi primera noche allí y andaba tras los pasos de quien, me dijeron, sabía la historia de Granada mejor que nadie. Luego de darle tres vueltas al pueblo dimos con una cafetería en la que nos aseguraron que se encontraba el escurridizo personaje. Di las buenas noches y le pregunté al tendero: “¿Sabe usted si Roberto Zoco ha estado por acá?”. Con la mirada el tendero me señaló una mesa. Una de las tres personas que estaban allí sentadas, con un tono de voz tranquilo y parsimonioso, tomó palabra y me dijo: “Yo sí soy Roberto, pero no Zoco”. Así, con esa embarrada, conocí Roberto Giraldo Salazar.

Después de ese adecuado primer encuentro no me esperaba mucha ayuda del recién conocido. No obstante, después de una cortés conversación, me permitió tomarle una entrevista a las nueve de la mañana del segundo día.

Roberto vivía en una casita esquinera, pequeña y medio desbaratada. Su aspecto interior no era otra cosa que la confirmación de lo que uno veía por fuera, una casa vieja que parecía estar allí desde los mismos días de la fundación de Granada. La sala era un precioso desorden de libros, periódicos, revistas y cachivaches desperdigados por todos lados, apenas si tuvimos espacio para sentarnos. A pesar de eso, Roberto parecía saber cada cosa que tenía en esa montaña de papel.

Allí mismo le tomé la entrevista. El objetivo era conocer en la mayor medida posible la historia de Granada, de modo que sobre eso fueron mis primeras preguntas. No tuve sino que hacer la primera para él empezara a hilvanar su imparable narración.

Desde un primer momento me di cuenta que Roberto tenía la maña de “irse por las ramas”. A ese problema se sumaba que todo lo que contaba lo hacía ver de un interés tal que uno terminaba por perderse del camino con él. Cuando fui a transcribir la entrevista supe que de la hora y media que tenía grabada, solo unos treinta minutos apenas si venían al caso.

En el momento que era consciente de que había perdido el hilo de la conversación, me ponía en la terea de bajarlo de donde estaba y volverlo a aterrizar al tema del cuestionario. Confieso que su entrevista fue de las que menos me resultó útil, pero definitivamente fue de las que más disfruté. Era una delicia escuchar a Roberto hablándole a uno, por ejemplo, sobre los inicios de Granada. Narraba las cosas con una dejadez, una expresión tan tranquila y natural, que hacían creer que de verdad él mismo había estado en aquellos momentos.

Recuerdo que una ocasión terminó hablándome de la fundación de San Luis por iniciativa del padre Clemente Giraldo, y entonces me decía:

-          …y los colonos abriéndose paso por la selva -porque es que eso era pura selva- llegaron al punto de San Pablo y encontraron mucha serpiente. Entonces se vinieron a hablar con el padre –inclusive San Luis tiene serpentario-, que no podían pasar de ahí por esa cantidad de serpientes. Entonces se fue el cura, les echó una bendición a los animales y se fueron por una hondonada…

Mientras decía esto último, señalaba hacia abajo con sus manos y mirada, como si estuviera viendo el banco de serpientes irse por un precipicio al lado suyo.

La ayuda de Roberto en Granada no se quedó allí. Esa misma tarde nos invitó a almorzar y nos dijo que bien podíamos comer en su casa todos los días. Desde ese momento, Roberto se convirtió en mi principal aliado en Granada, acompañándome a todos los lugares que fuera y contactándome con todas las personas que necesitaba. Recuerdo que el viernes era mi última día en Granada y lo utilicé para rebujar en el archivo parroquial. Cuando llegué, la persona encargada de él no me iba a permitir examinarlos directamente y a mi gusto, sino que debía darle referencias exactas para que ella buscara. Con la poca información que contaba, ese método me dificultaba mucho las cosas, pero fue en ese momento cuando llegó una persona y me preguntó que si yo era el joven que venía de Manizales; al contestarle afirmativamente, me dijo que tranquilo, que el día anterior Roberto Giraldo había hablado con el padre y que él había accedido a dejarme revisar los libros que necesitara.

Cuando me fui de Granada dejé una tarjetica de despedida a cada una de las personas que me había ayudado durante mi estadía. Lastimosamente, cuando fui a entregarle a Roberto la suya, me enteré que había salido del pueblo, así que me quedé con las ganas de despedirme y de agradecerle personalmente su invaluable ayuda.

Sin embargo, un día de semana santa de 2013, me encontraba en mi vereda ayudando con los rituales de costumbre cuando, en el parque, me pareció ver una cara conocida. Por descartar la duda me acerqué y comprobé con sorpresa que se trataba, sí señores, del viejo Roberto. Allí charlamos un rato y pude volver a disfrutar de sus digresiones siempre llenas de fascinantes datos históricos y literarios, pero ahora sí, sin la precaución de salirnos del libreto de una entrevista.

Y esa no sería la última vez que me visitaría, pues el año pasado tuve el placer de atenderlo en mi casa, donde compartimos un buen sudado de pollo mientras charlábamos. Esa vez Roberto me regaló dos libros que por pura casualidad le había mencionado en la anterior ocasión que me visitó. No pude rechazarle el regalo; la bondad y el desprendimiento con el que me los dio no me dieron otra opción. Sentía cierta incomodidad porque bien sabía que Roberto no era precisamente una persona solvente, y quizá por eso recibí con tanto cariño ese presente, porque supe que, en su caso, me dio de lo que le faltaba y no de lo que le sobraba.

Luego de casi tres años de haber empezado a investigar la historia de mi vereda, he llegado a la certeza de que este proyecto me ha dado más de lo que yo he dado por él. Me ha permitido aprender como nunca. He conocido el pasado de la Cuchilla del Salado de una manera que sé que nadie lo ha hecho, y al conocer la he amado y al amarla la he defendido. Pero algo que realmente le agradezco a esta aventura, es haberme permitido hablar con tantos viejos, conocer sus historias y saber que recuerdan el pasado con más facilidad de lo que podrían recordar lo que les sucedió el día anterior.

Tuve la fortuna de hacerme amigo de muchos viejos, pero también la desdicha de ver morir a varios de aquellos que tanto me divirtieron mientras respondían gustosos mis preguntas. A don Octavio Salazar, a Jaime Zuluaga y ahora a Roberto Giraldo Salazar, quien murió el pasado 25 de diciembre, los siento ir como una parte de mí, porque, como nos lo recuerda el filósofo Pablo R. Arango, querámoslo o no, el pasado de nuestros padres y vecinos define una parte de nuestra identidad[1]. Simplemente quiero terminar diciendo que Roberto Giraldo será para mi uno de esos puentes se tienden con mi pasado, que me conectan con Granada una vez más y me hace sentir que soy más que un simple ser humano en mi sola corporeidad, sino que pertenezco a cientos de años de historia, que pertenezco a Vahos, a Granada y a la Cuchilla del Salado, como también, muchos de quienes ahora leen estas líneas, lo están conmigo y definen una parte de mi identidad como yo defino una parte de la de ellos.

 



[1] Arango, Pablo R. (2006). De la belleza y otros caprichos de conservador. Editorial Universidad de Caldas.