Crónica de un viaje a Granada

15.03.2014 23:25

Por Jonathan Orozco

 

En la carretera vi un letrero que decía algo sobre Granada, de modo que supe que estaba cerca. Miraba esas montañas, no muy diferentes a las de Manizales, y me preguntaba: “¿serían estas las mismas montañas que vieron los primeros habitantes de mi vereda cuando salieron de Granada rumbo al sur de Antioquia?”

 

Una curva, otra curva y otra más y, a lo lejos, se descubrió un caserío. “¿Esa es Granada?”, le pregunté a alguien, y me dijo que sí. Nos bajamos del bus y empezamos a buscar el hostal. No veía la hora de descargar el pesado maletín para empezar a recorrer el pueblo.

 

Alguien a través de Facebook me había dicho que buscara a un tal Mario Gómez que dizque estaba en el complejo educativo. Empecé buscando ese complejo, pero nadie me daba razón de él, todo el mundo me decía: “¿no será un colegio o una escuela?”. En esa búsqueda me topé con el Salón del nunca más. Algo sabía de la violencia que sufrió Granada y por internet supe de la existencia de ese salón. La puerta estaba entreabierta y, al parecer, no estaban atendiendo, pero cuando la abrimos no había nadie así que nos tomamos el atrevimiento de entrar.

 

Lo primero que se observa en el salón, al fondo, son las decenas de fotos, en casi toda una pared, de personas que fueron muertas o fueron desaparecidas en la violencia que azotó a Granada. Al mirar esas fotos, no sé por qué, me hacía una pregunta que tenía su respuesta obvia: “¿todas estas personas están muertas?”, muy seguramente si, todas, todas alguna vez vivieron, fueron felices y desdichadas, pasearon estas calles de Granada y hoy están sus fotos en este salón. Había también una vitrina, tenía unas bitácoras con el nombre de alguna persona y su foto. Allí los familiares y amigos le escribían cosas en un ejercicio simbólico de memoria y de no olvido. Me llamó la atención un libro que había allí, se llamaba Desde el salón del nunca más de Hugo de Jesús Tamayo. Lo cogí y lo hojee. Recuerdo que había un capítulo que se llamaba: Delante de mis hijos no, por favor y me estremecí al imaginarme con certeza en qué contexto se dijo esa frase. Quise preguntar si lo vendían, pero no había nadie.

 

Después de salir del salón fuimos a la casa de la cultura y pregunté por Mario Gómez y, para mi gusto, resultó ser con quien hablaba. Le expliqué a Mario que venía de Manizales, de la vereda la Cuchilla del Salado, que estaba tratando de documentar la historia de mi vereda, que al trasegar la investigación supe que sus primeros habitantes habían inmigrado desde Granada y que por ello venía hasta aquí para auscultar esa parte difusa de su historia.

En un primer momento Mario no pareció darme mucha importancia, sin embargo, a medida que le fui explicando que venía a hacer y desde dónde venía, inmediatamente empezó a buscar libros de Granada que me pudieran ayudar.

 

Yo llevaba una lista previa de personas que podía encontrar en Granada y que me podían ser útiles en la investigación. Saqué la lista y empecé a preguntarle a Mario: José Adán Alzate, “muerto”, me dijo; Francisco Duque, “muerto”; Enrique Castaño, “muerto”; Francisco Jiménez,  “muerto”. La verdad no esperaba encontrarlos vivos porque los libros que leí de ellos ya hacía rato habían sido escritos. Luego pregunté por otros: Dubian Giraldo, “lo encuentras en la emisora”; Roberto “Zoco”, “ese anda por todo el pueblo, tiene que buscarlo, pero no es difícil porque es un personaje muy conocido en Granada”; bien, y así con otros tantos que resultaron estar vivos.

 

Empecé buscando a Roberto. Junto a un señor muy amable recorrimos dos veces el pueblo de plaza a plaza. Se trataba de un hombre de pelo corto, bien peinado, con los ojos un poco cubiertos con los parpados, de unos 50 años y con la boca muy pequeña. Hablaba en voz muy baja pero perfectamente audible. Tenía un aire envidiosamente sosegado y seguro. Luego supe, gracias a un artículo en internet, que se trataba de Jaime Montoya, un hombre que participó activamente en el movimiento por la reconstrucción de Granada después de su semidestruccion en el año 2000 por parte de las guerrillas. Incluso había leído un poema suyo muy triste llamado sonaron doce campanas, sobre la masacre de los paramilitares en noviembre de 2000.

 

Preguntamos por Roberto “Zoco” en todo el pueblo y parecía que supiera que lo estábamos buscando y se nos estuviera escondiendo; a cada persona que le preguntábamos por él nos decía cosas como: “acabó de pasar por acá”, o “hace un momento estuvo allí”, o “búsquenlo en tal lado que allá estaba”, pero nada, Roberto no aparecía. Renunciamos a la búsqueda y nos fuimos, Jaime no sé para dónde, y nosotros para el hostal.

 

Ya por la noche decidimos, mi amiga y yo, volverlo a buscar. Jaime me había dicho que se amañaba mucho en una cafetería cerca del hospital así que fuimos directo allí. Llegamos y le pregunté al tendero por Roberto “Zoco”, con sus ojos me señaló una mesa. Había dos personas tomando un café. Le pregunté a ambas que quién era Roberto “Zoco” y una de ellas, con una parsimoniosa voz me dijo: “Yo soy Roberto, pero no Zoco”, y lo primero que pensé fue: “Ay Dios, la embarré”.

 

Con esa maravillosa presentación pedí permiso para sentarme no sin sentir algo de vergüenza, seguro se trataba de un apodo de mal gusto que le tenían y justo a mí me dio por buscarlo por todo lado con ese epíteto, en realidad pensaba que era su seudónimo, pues así lo había visto en un blog en internet. Me senté y le pregunté que si le molestaba que le llamara Zoco y me dijo que en lo absoluto. Qué alivio.

 

Le conté lo que me toca contarle a todo el mundo y, al igual que Mario, a medida que le explicando lo que venía hacer, logré captar su atención y también reparar un poquito la primera impresión. No recuerdo de qué hablamos exactamente en ese momento, pero en esos pocos minutos de conversación pude convencerme de la prodigiosa memoria de Roberto. Con él, recorrimos un poco el pueblo y nos habló de aquellos 6 y 7 de diciembre de 2000 cuando la guerrilla de las FARC y el ELN se tomaron el pueblo, destruyeron 110 casas, 55 locales comerciales y mataron a 20 civiles y 5 policías. Según Roberto las víctimas fueron más porque allí murieron también guerrilleros.

 

Nos contó la historia de unas niñas que estaban buscando a su hermano. Roberto las acompaño en su búsqueda y, tristemente, dieron con él ya muerto. Las niñas, desesperadas, corrieron a su casa a contarle a su mamá, pero cuando llegaron la encontraron también muerta. Renegamos del conflicto armado, compadecimos a Granada y concluimos que esta violencia fútil afecta en mayor medida a la población civil. Nos despedimos y quedamos de vernos al día siguiente a las 10 am.

 

Ya en el hostal me costó un poco dormirme. Para mí ya es difícil acomodarme en una cama ajena pero lo que casi no me deja dormir fue que el hostal quedaba a un lado de la iglesia y cada 15 minutos sonaban las campanas que parecían tener un tamaño enorme. Luego le conté eso a Mario y riéndose me explicó que poniéndoles cuidado se podría saber la hora, que, según la hora, tocan de diferente manera, “para los foráneos es molesto, pero uno viviendo toda la vida aquí, termina por acostumbrarse” me contó Mario.

 

El segundo día nos levantamos temprano. Estaba nublado y caía una leve y gélida brisa. Fuimos a la emisora a buscar a un tal Dubian. Llegamos, pregunté por él y me dijeron que estaba en el archivo parroquial. Allí le pregunté a un joven que si era Dubian, ante el ademan afirmativo me presenté y rodé el casete que tenía en la cabeza y que le repetía a todo el mundo.

 

Dubian, como todas las personas que habíamos conocido hasta ahora, nos ofreció su disposición y sus ganas de ayudar. Después de hablar un momento fuimos a una cafetería cercana a tomarnos un café caliente en medio del frio matutino.

 

Ya allí le hablé más de la mi vereda. Le conté que quedaba a unos 2100 mt sobre el nivel del mar aproximadamente, a lo que él me respondió que estaba a la misma altura que Granada, y entonces los dos pensamos lo mismo: ¿sería casualidad o los granadinos escogieron la Cuchilla del Salado por las mismas condiciones climáticas de Granada? No se sabe y parece que no se sabrá.

 

Le conté que queda a unos diez o quince minutos de Manizales en transporte público, que es muy bonita, con gente muy acogedora y con una cultura paisa muy arraigada y aun todavía muy rural. Le dije que se parece mucho a Granada en la hospitalidad y la bondad de sus gentes.

 

Al rato llegó Hugo Tamayo, de quien ya me habían hablado. Hugo tenía unos 50 años, tenía ojos verdes y tez clara, y me pregunté si quizás éramos primos, lo pensé porque su aspecto caucásico en nada entonaba con el mestizo mío. Hablamos de nuestros familiares y, con la ayuda de Roberto, concluimos que podríamos serlo, pero pertenecíamos a troncos genealógicos diferentes. Era tal el conocimiento de las familias que tenía Roberto, que Hugo, con su picardía, apuntó a decir: “usted conoce más mi familia que yo”.

 

Hugo nos regaló los cuatro libros que hasta ahora había escrito. Cuando vi la caratula del segundo libro, Sin pelos en la lengua, en la cual aparece Hugo posando completamente desnudo, empecé a hacerme las primeras ideas de quien, más tarde sabría, era Hugo Tamayo.

 

Hablamos un rato hasta que nos cogieron las once. Como no pudimos hablar bien con Hugo en ese momento, nos invitó a su finca “Las dos vacas” por la tarde. Quedamos de vernos a la una en el parque.

 

Roberto nos llevó a donde Margarita Tamayo. Yo le había explicado que necesitaba entrevistar personas longevas, que quizá ellas podrían dar cuenta de ese proceso colonizador que sé, se extendió hasta mediados del siglo XX.

 

La casa de Margarita no pasaba desapercibida fácilmente, pues de un solo vistazo dejaba al descubierto su antigüedad. Tocamos y nos abrió su sobrino, entramos y la encontramos sentada en su cama mirando por la ventana. Cuando nos vio se puso muy feliz y, sin mediar palabra, se puso a cantar. Cantó una canción cristiana que habla de un pescador y sus redes. No sé cómo se llama pero recuerdo que cada que iba a misa la cantaban.

 

Escuchar y ver interpretar histriónicamente esa melodía a Margarita hacía que las fibras más sensibles se me removieran y los vellos se erizaran; no estoy exagerando. Fue extraordinariamente bello. A pesar de su aire nostálgico, el canto alegre de esa mujer de 97 años era un sacudón de juventud, una oda de bienvenida y una afrenta a la soledad de los últimos años.

 

Margarita podía valerse por sí misma y estaba, aunque un poquito sorda, perfectamente lúcida. Nos contó que fue maestra por muchos años y que de su mano muchos granadinos aprendieron a leer. Nos decía que fue la primera maestra que dio Granada y se quejaba diciendo que nadie le reconocía eso: “usted cree que la gente se acuerda de eso, bendito…” nos decía.

 

Salimos de la casa de Margarita, comimos rápidamente el almuerzo que nos ofreció Roberto, y salimos corriendo para la plaza a encontrarnos con Hugo Tamayo. Nos subimos a su minivan china y, durante los cuarenta minutos de viaje desde Granada hasta su finca “Las dos vacas”, pude hacerme la idea de quien era Hugo Tamayo. Hugo fue un comerciante que fundó la empresa Empaquetaduras Tamayo J. G. la cual creció mucho con lo que logró amasar una buena fortuna. En 2007 se “jubila”, como dice él, de comerciante, vende todas sus acciones, y se dedica de entero a escribir. Ya lo hacía antes cuando para certificar la empresa le pidieron que elaborara una reseña histórica de ella, y él, como no sabía bien qué era una reseña histórica (que no pasa de unos cuantos párrafos), escribió con detalles, en un documento de 60 páginas, la historia de la empresa. Luego, cuando la asesora vio lo que hizo le dijo: “eso no es una reseña, es un libro”, así que se fue para una editora y les dijo: “mirá, dizque eso es un libro” y de ahí salió Una empresa al desnudo (2006). Su segundo libro se llama Sin pelos en la lengua; el tercero Lo que el banco se llevó y el último, premiado y todo por la gobernación de Antioquia, se llama Desde el salón del nunca más que relata la época de la violencia reciente del municipio de Granada.

 

Como los dos primeros libros los escribió sin nunca antes haber escrito, supo entonces que no eran muy buenos, por lo menos en redacción, así que decidió estudiar Periodismo y comunicación en Medellín. Como dice él, “yo todo lo hago al revés, primero hago y luego aprendo”. Hoy vive como un verdadero hippie, hace lo que se le da la gana y tiene dinero con qué hacerlo.

 

Ya en su finca nos ofreció quedarnos en su apartamento, y, por supuesto, aceptamos. No traíamos mucha plata y cualquier peso que nos ahorráramos podía servirnos.

 

En la tarde volvimos al pueblo y fuimos a la emisora adonde Dubian. Intervine en la radio a eso de las 5 y 30 pm. Expliqué lo que venía a hacer al pueblo guiado por las preguntas que me hacía Dubian. Di mi nombre, teléfonos y correo por si alguien sabía algo de lo que estaba buscando. Al otro día, después de mirar expectante varias veces mi teléfono, supe que ya nadie me iba a llamar.

 

Recuerdo que me preguntó ¿Qué impresión le deja Granada? y respondí que me llevaba una impresión en dos aspectos: el primero, la inmensa bondad que encontré en los granadinos; su disposición y hospitalidad; la sencillez y humildad de su gente, y las ganas de compartir lo poco o mucho que tuviesen. Dije que me hicieron sentir como en mi vereda la Cuchilla del Salado. Y con respecto a lo segundo, resalté la valentía con que los granadinos recordaban la horrenda tragedia de la violencia. El reconocimiento sin rencor ni odio de su pasado y el tributo a la memoria de todas sus víctimas. El Salón del nunca más es la muestra de ese esfuerzo por visibilizar a las víctimas y no olvidarlas.

 

Y aunque no dije esto, logré luego decantar una idea que noté en toda la historia de Granada: la solidaridad entre los suyos. Los granadinos que salen de su tierra no la olvidan y tratan que los otros granadinos salgan adelante. Por ejemplo, cuando Granada fue semidestruida en el 2000, a los pocos días ya tenían organizado un comité gestionado por granadinos de todas partes del país. En un par de días tenían ya 500 millones de pesos y finalmente lograron recoger mas de 4.700 para su reconstrucción.

 

Después de salir de la emisora nos coroteamos a la casa de Hugo. Allá nos contó más sobre su vida y sus locuras en medio de tragos de aguardiente, ron y de un whisky que estaba guardando dizque para la que quisiera ser su novia, pero no sé qué pasó que ya la tenía destapada.

 

Lo primero que oí en la mañana del miércoles fue una licuadora a toda máquina. Eran como las 5 de la mañana y en medio de ese silencio el sonido se hacía más ensordecedor. Hugo nos lo había advertido, nos dijo que se levantaba muy temprano, que prendía la licuadora y se tomaba un jugo de sábila.

Aunque ya no pude dormir no me levanté temprano, pues resulta que en Granada el domingo y el miércoles se trastocan. El miércoles es día de descanso o fiesta y el domingo se trabaja. Es como decir que la semana empieza el jueves. Me dijeron que era porque el domingo es día de mercado y que en el pueblo tomaron la decisión de tener todo abierto ese día y mejor descansar el miércoles. Creo que en ese momento tuve certeza de por qué el día anterior las cantinas estaban tan llenas y la gente tan dispersada.

 

En la mañana de este miércoles pensaba ir a consultar los archivos parroquiales, pero ante el imprevisto contado anteriormente, me tocó dejarlo para el jueves. Mejor me puse a escribir. En la tarde, a eso de las dos me quedé de ver con Mario Gómez. Mario me fue de muchísima ayuda. De una manera sociológica, económica y antropológica, me explicó todo el contexto de la colonización desde Granada lo cual me ayudó a cuadrar muchas ideas previas que tenía sobre la historia de la vereda.

 

Mario me regaló dos libros sobre el padre Clemente Giraldo que tenía en su casa. Él sabía que la historia de ese padre me interesaba mucho porque, en su época, exhortó a los granadinos a no emigrar al sur y en cambio colonizar las riveras del rio Magdalena en Antioquia. De esos exhortos se fundó San Luis.

Después de eso salimos a buscar a un tal Jorge García que había sido arriero en Granada. En el parque, Mario me enseño los monumentos y bustos que allí había. Había una estatua del padre Clemente Giraldo; este padresito fue tan querido en el pueblo, que en vez de haber una estatua de Bolívar en toda la mitad de la plaza, como sucede en todos los pueblos y ciudades que conozco, está es la suya. También hay un busto de una pareja de granadinos muy queridos en el pueblo por su colaboración. Hay, a un costado, un busto del padre Gregorio Nacianceno Hoyos, que llegó a ser el primer Obispo de Manizales; señalándolo me contó que a un alcalde se le ocurrió mandarlo a pintar de blanco. “Casi no le quitamos esa pintura, nos tocó a punta de varsol con los muchachos del servicio social”, y riéndose agregó “me imagino que el pobre alcalde pensó que estaba negro del mugre”.

 

Seguimos buscando y encontramos a Jorge sentado en una banca leyendo un periódico. Aunque no viajó a Manizales y su testimonio no me fue de mucha ayuda, resultó haber conocido a un hermano de mi bisabuelo que alguna vez fue zapatero en Granada y que visitaba continuamente la vereda. También conoció al Mono Viejo, un prestante habitante de Granada, alcalde dos veces del municipio y que, en 1938, emigró a Manizales cerca de la Cuchilla del Salado, en lo que en la vereda conocemos como “La tomatera”.

 

Luego subimos a la calle principal del pueblo. Allí me mostró el sitio donde estalló la bomba con 400 kg de explosivos en la toma del 2000. Me mostró donde quedaba el antiguo puesto de policía y  me explicó que, para haber semidestruido a Granada, la toma no dejó muchos muertos, pues antes del ataque había corrido el rumor de que se iban a tomar el pueblo, “y como todo el mundo sabía que lo primero que atacan es el puesto de policía, pues mucha gente que vivía cerca de él salió de su casa” me dijo Mario.

 

Le pregunté que cómo había vivido ese día él. Me dijo que estaba en la casa de la cultura cuando quedaba en la casita del padre Clemente Giraldo. Que a eso de las once de la mañana explotó el carro bomba y que luego de eso empezaron a llover cilindros bomba. Cada media hora estallaba uno. Me dijo que él pudo salir de la casa de la cultura ya por la tarde y que cogió un VHS y se fue a ver películas a su casa. “¿A ver películas?”, pensé asombrado. Sin embargo, después de reflexionar, no lo culpé, ¿Cuántos de nosotros nos sorprendemos de que en las noticias digan que estalló una bomba en tal lado, o que mataron a tal persona o masacraron estas tantas? Simplemente comprendí que su actuar era el reflejo de una población acostumbrada a vivir en medio de la violencia, que nace y muere en un país en guerra y que, como a muchos colombianos, la violencia se le ha cotidianizado.

 

Nos despedimos de Mario y nos fuimos a hacerle visita a Margarita. Luego de la visita nos fuimos para el apartamento.

 

Jueves y de nuevo la licuadora. Esta vez me ayudó pues tenía que levantarme temprano. Pensaba ir al archivo parroquial apenas lo abrieran. Llegué a las ocho y una niña muy bonita me atendió. Me preguntó por datos exactos para ayudarme, pero apenas si tenía dos nombres y una referencia de la época aproximada. Yo le dije que si buscaba yo mismo era más fácil. Me dijo que no podía, que tendría que ser un caso muy especial. En ese momento llegó el encargado del archivo y me dijo que tranquilo, que Roberto había hablado con el padre y le había contado de lo que veníamos a hacer y el padre accedió, de esa manera tuve acceso a los libros.

 

Allí encontré mi árbol genealógico hasta mi tátara tátara abuelo y haciendo cuentas eso sería como hasta 1818 o 1828. Si hubiese tenido más datos y, creo que más tiempo, habría llegado hasta los primeros Tamayo de Granada, esos que me parientan con Hugo, José Carlos, Margarita y los demás Tamayo que conocí de Granada y Medellín que se comportaron como unos parientes conmigo.

 

Salimos a las dos de Granada, le eché un último vistazo nostálgico al pueblo y me fui con la intención de volver muy pronto, cuando tenga mi libro escrito, en el que le voy a dedicar unas buenas paginas a esa madre de mi vereda de la cual heredamos cosas tan rescatables como la laboriosidad, la sencillez y bondad de sus gentes. Me voy pero para la Granada de Manizales.